Donde antes se alzaba un edificio diplomático, hoy florece un espacio de silencio, homenaje y memoria. La Plazoleta Embajada de Israel no solo honra a las 22 víctimas del atentado de 1992, sino que grita, en cada rincón, que el olvido no es una opción.
Hay lugares que hablan aunque estén en silencio. En la esquina de Arroyo y Suipacha, donde la Embajada de Israel fue arrasada por un atentado terrorista hace más de tres décadas, hoy se extiende una plazoleta que transforma el dolor en recuerdo. La visité para contar una historia que todos deberíamos volver a mirar.
“El atentado nos arrancó vidas, pero también nos dejó una obligación: la de recordar”, me dijo en voz baja una mujer que dejó una flor al pie de uno de los árboles plantados. Eran 22, como las víctimas. “Cada árbol es una historia truncada, un nombre, una ausencia que se volvió raíz”.
El 17 de marzo de 1992, una bomba destruyó el edificio de la Embajada de Israel en Argentina, cobrando la vida de 22 personas y dejando a decenas más heridas. Fue el primer gran atentado terrorista en suelo argentino y marcó un antes y un después en la historia del país. Tres décadas después, el vacío del edificio fue ocupado por algo más profundo: un espacio para la memoria.
La Plazoleta Embajada de Israel, ubicada donde se levantaba la sede diplomática, fue concebida como un monumento y recordatorio permanente de ese acto de horror.
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Cada una de las 22 víctimas tiene un árbol plantado en su honor.
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En las medianeras se inscribieron sus nombres, grabados con sobriedad, visibles para quienes pasan y para quienes buscan no olvidar.
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El diseño fue producto del trabajo sensible y comprometido de los arquitectos Gonzalo Navarro, Hugo Alfredo Gutiérrez, Patricio Martín Navarro y Héctor Fariña, quienes ganaron el Concurso Internacional de Anteproyectos convocado especialmente para este fin.
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La plazoleta combina vegetación, mármol y vacío: elementos pensados para invitar a la contemplación y al silencio.
Durante mi visita, observé cómo turistas y vecinos se detenían con respeto. Algunos leían los nombres grabados; otros se sentaban simplemente a mirar. No hay carteles llamativos, ni luces, ni sonidos. Todo en la plaza invita a una pausa, una reflexión, una pregunta.
Lo importante de este espacio no está solo en su arquitectura. Está en el mensaje que transmite: el terrorismo no solo destruye edificios, busca arrancar el alma de las ciudades. Por eso esta plazoleta es tan necesaria. Porque, como periodista y como ciudadano, siento que recordar también es una forma de justicia.
Cada 17 de marzo, se realiza un acto oficial en este sitio, donde se reafirman los pedidos de justicia y se recuerda a las víctimas. Sin embargo, su valor simbólico es cotidiano: la plazoleta está abierta todo el año, como una página que nunca debe cerrarse.
Caminar por la Plazoleta Embajada de Israel es, inevitablemente, un acto de memoria. No solo se trata de un homenaje: es una advertencia, una invitación a no acostumbrarnos al olvido. En una ciudad que corre, este rincón se detiene, nos interpela y nos recuerda que la paz también se construye con memoria.