Desde un rancho levantado por una mujer negra en el siglo XVIII hasta combates históricos y monumentos centenarios, la Plaza Libertad guarda rincones olvidados de la memoria porteña. Ubicada en el corazón de Retiro, es mucho más que un espacio verde: es testigo de historias que el tiempo no logró borrar.
En pleno centro de Buenos Aires, casi escondida entre edificios y oficinas, la Plaza Libertad se mantiene en pie como un pulmón de sombra, historia y curiosidad. Pocos saben que este lugar fue alguna vez un rancho precario ocupado por una mujer negra conocida como Doña Gracia, o que aquí mismo se libraron combates durante la Revolución de 1890. Como cronista y vecino, decidí recorrerla y contar lo que su pasto, sus estatuas y su silencio aún dicen.
“Este hueco era de nadie, y sin embargo fue de todos. La historia empieza con una mujer olvidada, Doña Gracia, y desde entonces esta plaza fue testigo de escenas que pocas plazas en la ciudad pueden contar”, me dijo un historiador local con quien conversé a la sombra del monumento a Alsina. Fue entonces cuando entendí que este espacio no es solo descanso: es relato vivo.
El origen de esta plaza es tan singular como poco conocido. A fines del siglo XVIII, la manzana que hoy ocupa la Plaza Libertad no tenía dueño ni edificación alguna. Se cuenta que allí se asentó una mujer negra llamada Doña Gracia o Doña Engracia, quien construyó un humilde rancho y vivió en ese terreno sin título ni permiso.
Algunos relatos sostienen que regenteaba un burdel rudimentario, algo que, en el contexto social de la época, la transformó en una figura incómoda y, al mismo tiempo, emblemática. A partir de su presencia, la zona pasó a ser conocida popularmente como “El hueco de Doña Gracia”, una manera despectiva de nombrar lo que aún no era considerado espacio urbano.
Pero fue recién en 1822 cuando ese hueco informal fue oficializado como Plaza Libertad, nombre que aún conserva y que, paradójicamente, honra un valor que aquella mujer —mujer, negra y pobre— difícilmente pudo gozar plenamente.
Avanzando en el tiempo, esta plaza también fue protagonista de uno de los episodios más agitados de la historia nacional:
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En 1890, durante la llamada Revolución del Parque, que enfrentó a los civiles de la Unión Cívica contra el gobierno de Miguel Juárez Celman, la Plaza Libertad fue escenario de combate.
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Aquí se atrincheraron tropas rebeldes y gubernamentales, convirtiendo el espacio en un campo de batalla urbana.
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Los enfrentamientos, que comenzaron en el Parque de Artillería (hoy Plaza Lavalle), se extendieron por Retiro, y la plaza fue uno de los puntos calientes.
Ese pasado bélico contrasta con la atmósfera tranquila que la plaza ofrece hoy. Pero hay más. En 1882 —ocho años antes de esos combates— se inauguró un monumento en homenaje a Adolfo Alsina, político y militar argentino, impulsor de la organización institucional y territorial del país. La obra fue realizada por el escultor francés Aimé Millet, quien también diseñó otras esculturas emblemáticas de la ciudad, como la del Palacio de Justicia.
Como vecino, caminando entre bancos y jacarandás, descubrí detalles que merecen atención:
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La plaza tiene una disposición rectangular y un trazado simple, con caminos de ladrillo y bancos de hierro que remiten a otra época.
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Su arboleda incluye tipas, plátanos y palos borrachos, que dan sombra generosa incluso en los veranos porteños más duros.
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Si uno presta atención, puede ver todavía las placas de antiguos homenajes que fueron perdiendo el brillo, pero no la intención.
En la actualidad, Plaza Libertad es utilizada principalmente por trabajadores de oficinas cercanas que se detienen a almorzar o tomar un café, parejas que pasean, jubilados que juegan al ajedrez y niños que disfrutan del poco pero valorado espacio verde que queda en el microcentro.
Pero su historia no es solo la de su suelo: es también la de su resistencia simbólica. Sobrevivió a los avances de la ciudad, al trazado del subte, a los cambios de nombre que otras plazas sí sufrieron, y hasta al olvido. Es parte de un Buenos Aires que late en lo pequeño, en lo discreto.
La recuperación y puesta en valor de este tipo de espacios no debería estar en segundo plano. Desde Retiroweb, entendemos que conocer la historia es también una forma de cuidarla. Y Plaza Libertad, con su nombre lleno de ironía y su pasado tan singular, es un testimonio vivo de las contradicciones que construyen a esta ciudad.
Entre sombras, leyendas y monumentos, la Plaza Libertad sigue ahí. Silenciosa, pero presente. Como periodista y vecino, creo que conocer su historia es la mejor manera de honrarla. Porque a veces, lo más valioso no es lo que brilla, sino lo que resiste.