Con su arquitectura academicista y su historia centenaria, el Palacio Ortiz Basualdo se erige como un símbolo de elegancia europea en plena ciudad, hoy sede de la Embajada de Francia.
Desde Retiroweb puedo decir que caminar por Cerrito y Arroyo y encontrarse con el Palacio Ortiz Basualdo es como abrir una puerta al París de principios del siglo XX. Sus líneas majestuosas, su impecable fachada y el aura de historia que lo envuelve hacen imposible pasar de largo. Proyectado por el arquitecto Pablo Pater e inaugurado en 1918, este edificio academicista con detalles neoborbónicos no solo cuenta la historia de una familia porteña, sino también la de un vínculo cultural que aún perdura entre Argentina y Francia.
“Este palacio es más que un edificio: es una pieza viva de la relación franco-argentina, un puente entre dos mundos que comparten un profundo amor por el arte, la cultura y la diplomacia”, me comenta un guía que conoce cada rincón del lugar. “Quien entra aquí siente que está en un fragmento de Francia, sin salir de Buenos Aires”.
Su historia es tan rica como su arquitectura:
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Diseñado por Pablo Pater, referente de la arquitectura académica, el palacio muestra la influencia francesa que marcó buena parte de la Buenos Aires de principios del siglo XX.
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El estilo academicista francés se combina con detalles neoborbónicos que le otorgan una impronta aristocrática, visible en balcones, molduras y terminaciones interiores.
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Originalmente fue residencia de la familia Ortiz Basualdo, símbolo de la élite porteña de la época.
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En 1939, el Gobierno Francés lo adquirió e inauguró allí su Embajada, función que mantiene hasta hoy.
Como periodista y como porteño, me resulta fascinante pensar que este edificio atravesó más de un siglo de cambios y aún conserva su esplendor. En sus salones, alguna vez se celebraron recepciones privadas, bailes y reuniones de alta sociedad. Hoy, son testigos de actos diplomáticos, encuentros culturales y exposiciones que fortalecen el lazo bilateral.
Recorrerlo es un viaje arquitectónico: las escaleras de mármol blanco, las arañas de cristal, los vitrales que filtran la luz de la tarde y los salones decorados con boiseries invitan a detenerse en cada detalle. Incluso su jardín, un pequeño oasis en medio del vértigo urbano, mantiene el espíritu de las residencias aristocráticas.
No es casual que este palacio sea uno de los más fotografiados por turistas y vecinos. Representa una época en la que Buenos Aires soñaba con ser la París de Sudamérica y lo lograba no solo en la arquitectura, sino en el aire cosmopolita de sus calles.
Cada vez que paso frente al Palacio Ortiz Basualdo, siento que la ciudad me susurra un pedazo de historia en francés. Es un recordatorio de que Buenos Aires no solo se construyó con ladrillos y cemento, sino también con sueños, influencias y un permanente diálogo con el mundo.