Símbolo del barrio y testigo del paso del tiempo, la Torre Monumental —antes conocida como la Torre de los Ingleses— se alza imponente frente a la Plaza Fuerza Aérea Argentina. Más que un reloj, más que una postal, es un pedazo vivo de la historia porteña.
Cada vez que paso por Retiro y levanto la vista hacia ese reloj que marca el cielo, no puedo evitar sentir una mezcla de admiración y nostalgia. La Torre Monumental, con sus 60 metros de altura y su aire londinense, es mucho más que una obra arquitectónica: es un símbolo que resume más de un siglo de historia, encuentros y transformaciones en Buenos Aires. Construida en 1916, donde antes funcionaba la Usina de Gas de Retiro, esta torre nació como un regalo del Reino Unido a la Argentina, en homenaje al centenario de la Revolución de Mayo.
“Cuando la torre suena, parece que el tiempo se detiene un segundo”, me dice Marta, guía del lugar, mientras ajusta el horario del reloj principal. “Los turistas llegan fascinados por su arquitectura, pero los porteños la sentimos nuestra, como una parte del alma del barrio.” Y tiene razón: en medio del ruido de los colectivos, los autos y los trenes que van y vienen desde la estación, la torre mantiene su elegancia intacta, como si observara todo desde otro siglo.
La Torre Monumental —nombre oficial que reemplazó a “Torre de los Ingleses” tras la Guerra de Malvinas— fue inaugurada el 24 de mayo de 1916. Su construcción corrió por cuenta de la comunidad británica residente en Buenos Aires, que quiso rendir homenaje a los lazos entre ambos países en el marco del Centenario de la Revolución de Mayo.
El diseño, obra del arquitecto Ambrose Macdonald Poynter, responde al estilo neorrenacentista inglés, con materiales traídos directamente desde el Reino Unido.
🔹 Su estructura de ladrillo rojo y piedra blanca destaca por su elegancia y su reloj de cuatro caras.
🔹 En la parte superior, un mirador panorámico ofrece una de las vistas más lindas de la ciudad: el puerto, las cúpulas del microcentro, los trenes y la inmensidad del Río de la Plata.
🔹 Su campana, de más de 7 toneladas, fue fundida por la prestigiosa firma Gillett & Johnston de Croydon.
Durante el siglo XX, la torre fue testigo de los grandes cambios urbanos de Buenos Aires. Desde la llegada de los primeros inmigrantes por el Puerto de Retiro, hasta la modernización del barrio con avenidas y estaciones ferroviarias, este monumento vio pasar miles de historias humanas. A pocos metros, el Hotel de Inmigrantes —hoy museo— recuerda esa época de esperanzas y comienzos.
Sin embargo, la Torre también vivió su propio silencio. Tras años de deterioro y vandalismo, permaneció clausurada durante varias décadas, hasta que en 2001 volvió a abrir sus puertas. Desde entonces, funciona como Centro de Informes de Museos de la Ciudad, ofreciendo al público atención personalizada, material informativo y una pequeña tienda de recuerdos.
Cada tanto, subo sus escaleras para disfrutar del paisaje desde arriba. El ascensor te lleva parte del recorrido, pero los últimos peldaños se suben a pie, casi como un ritual. Cuando llego al mirador y el viento me golpea la cara, entiendo por qué este lugar enamora. Desde allí se ve Retiro en toda su intensidad: los trenes que llegan y parten, los taxis que se mezclan en el tráfico, el puerto brillando a lo lejos. Todo parece moverse… menos la torre, firme, eterna.
También es común ver a los vecinos disfrutar de la Plaza Fuerza Aérea Argentina, que rodea el monumento. Algunos se sientan a leer, otros hacen picnic o simplemente observan el reloj que marca las horas con precisión británica. Y, claro, no faltan los turistas que se sacan selfies 📸 intentando capturar en una foto lo que la torre representa: el diálogo entre pasado y presente.
Más allá de los cambios políticos, de los nombres y las épocas, la Torre Monumental sigue ahí, recordándonos que Buenos Aires también se construyó mirando hacia el mundo, pero sin dejar de ser ella misma.