En el barrio de Retiro, donde el ruido de la ciudad parece no detenerse, hay una obra de arte que invita a frenar el paso. Se trata de La Duda, un grupo escultórico de mármol blanco que habla de la fe, la sabiduría, y el poder de las preguntas humanas frente al abismo de la historia.

Dos figuras talladas en mármol de Carrara —un joven pensativo y un anciano arrodillado— nos interpelan desde su quietud. La Duda no solo representa el diálogo entre generaciones o entre los Testamentos, sino también un profundo homenaje a las víctimas judías del Holocausto.

“Parece una escena tranquila, pero es un grito detenido en piedra”, me dijo una mujer mayor mientras observábamos juntos la escultura. “Es como si preguntara lo que todos, alguna vez, hemos querido entender: por qué tanto dolor.”

Ubicado en uno de los espacios verdes cercanos a Retiro, este grupo escultórico lleva el nombre de La Duda y fue realizado por el escultor francés Charles Henri Cordier, reconocido por su trabajo con mármol y su capacidad para dotar de expresión a materiales inertes. Tallado en mármol de Carrara blanco, la obra está compuesta por dos figuras centrales:

  • Un joven sentado, pensativo, con el rostro inclinado hacia abajo, en una actitud de profunda introspección.

  • Un anciano arrodillado frente a él, con expresión serena, como si estuviera guiándolo, ofreciendo respuestas o contención.

Este diálogo silencioso entre generaciones no es casual. Según los expertos, representa simbólicamente la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: una conversación entre el origen y la renovación, entre la tradición y la esperanza. Pero en este caso, la pieza adquiere un sentido aún más profundo y conmovedor: es también un tributo a las víctimas judías del Holocausto, ese horror histórico que aún nos duele y nos desafía.

Las preguntas que encarna el joven —esa duda existencial sobre el mal, la fe, la justicia o la muerte— son las que atraviesan cualquier reflexión sobre genocidios, guerras y tragedias humanas. Y el anciano, como la memoria, responde sin imponer, solo acompañando.

Este monumento es uno de esos secretos a voces que esconde Buenos Aires. Aunque no tiene la fama de otros íconos porteños, es imposible pasar por delante sin detenerse. La luz del día juega sobre el mármol blanco, haciendo que la escultura parezca viva, como si estuviera respirando preguntas y respuestas.

A su alrededor, la ciudad bulle: oficinas, cafeterías, pasos apurados, turistas que bajan del tren o del subte en Retiro. Muy cerca se encuentran:

  • El histórico Hotel Plaza, uno de los más antiguos de la ciudad.

  • La Torre Monumental (ex Torre de los Ingleses), que fue inaugurada en 1916.

  • El Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco.

  • Y una nutrida oferta gastronómica que va desde bares tradicionales hasta restaurantes de autor.

Pero dentro de ese contexto tan activo, La Duda ofrece un espacio para detenerse, pensar y —como sugiere su nombre— dudar. Porque dudar, a veces, es el primer paso para comprender. Y comprender es, tal vez, la mejor forma de recordar.

Mientras me alejaba, volví la vista por última vez. El joven seguía allí, inclinado sobre sus pensamientos. El anciano, firme, sin moverse, seguía ofreciéndole una respuesta que no es una verdad absoluta, sino una invitación a seguir buscando.

En un mundo que exige certezas inmediatas, La Duda nos recuerda que también hay valor en no saber. Que hay memoria en cada pregunta que hacemos, y humanidad en cada intento por responder sin olvidar.