Enclavado en uno de los puntos más transitados de la Ciudad de Buenos Aires, el Monumento a Leandro N. Alem se alza desde 1925 como un símbolo de la vida política argentina y un recordatorio del legado del fundador de la Unión Cívica Radical. Obra del escultor boquense Pedro Zonza Briano, esta pieza monumental no solo representa a un líder, sino también a una época marcada por la lucha democrática.

Cada vez que paso frente a este imponente homenaje, siento que la ciudad me habla en voz baja, recordándome que las calles no son solo tránsito y movimiento: también son historia viva. Alem, con su figura de bronce, nos mira desde lo alto como si aún tuviera algo que decirnos en tiempos de desencanto político.

El monumento, inaugurado en 1925, se ubica estratégicamente en la zona de Retiro, entre avenidas que laten con intensidad todos los días. Desde su pedestal, Alem se impone con solemnidad y transmite la idea de un hombre que, a pesar de las adversidades, no se rindió. Su creador, Pedro Zonza Briano, nacido en La Boca, consiguió darle forma a una obra que combina realismo, fuerza y un profundo simbolismo político.

  • Alem fue el fundador del Partido Radical y un defensor inclaudicable de la participación ciudadana.

  • Su vida estuvo marcada por discursos encendidos, un compromiso férreo con la república y una trágica muerte que lo convirtió en mito.

  • El monumento no solo lo retrata a él, sino que busca transmitir los ideales que lo acompañaron: austeridad, valentía y pasión por la democracia.

  • Desde su inauguración hace casi un siglo, el lugar se ha transformado en punto de encuentro para militantes, actos y conmemoraciones vinculadas a la vida política argentina.

“Se trata de un monumento que no pierde vigencia, porque Alem encarna una lucha que todavía sigue abierta”, me comenta un vecino de Retiro que suele pasar cada mañana frente a la obra. Y tiene razón: en medio de los vaivenes políticos del país, la figura de Alem permanece intacta, como una brújula que señala el norte de una ciudadanía activa y comprometida.

Como periodista, y también como porteño, cada vez que me detengo frente al monumento descubro nuevos detalles: las líneas del bronce, la fuerza en la postura, la seriedad del gesto. No es solo una escultura más en la ciudad; es un recordatorio material de que la política está hecha de personas de carne y hueso que alguna vez soñaron con transformar la realidad.

El paso del tiempo le otorga al Monumento a Leandro N. Alem una dimensión especial. No es simplemente un tributo estático: es un testigo silencioso de décadas de marchas, debates y transformaciones sociales. Allí, entre autos, colectivos y transeúntes apurados, se mantiene erguido, recordándonos que la democracia se construye todos los días, con esfuerzo y memoria.

En Retiro, donde la ciudad parece no detenerse nunca, este monumento logra lo contrario: invita a frenar un instante, mirar hacia arriba y reflexionar sobre un pasado que todavía late en nuestro presente.