Una de las plazas más antiguas de Buenos Aires guarda relatos de resistencia, memoria popular y transformación urbana.

Ubicada en pleno centro de la ciudad, la Plaza Libertad no solo es un espacio verde: es una cápsula de tiempo que condensa episodios insólitos y momentos fundacionales de nuestra historia. Nacida de manera casi accidental, esta plaza fue primero un baldío sin dueño, y luego el refugio de una figura que la tradición oral mantuvo viva hasta hoy.

Cuenta la historia que a fines del siglo XVIII, una mujer negra y mendiga —conocida como Doña Gracia o Doña Engracia— se instaló en ese terreno baldío y levantó un rancho. Se dice, incluso, que allí regenteaba un modesto burdel. Desde entonces, el lugar fue conocido como el “Hueco de Doña Gracia”. En 1822, y como parte del proceso de urbanización postindependencia, se oficializó su nombre como Plaza Libertad, denominación que lleva hasta hoy y que le da un aire de dignidad republicana a sus orígenes marginales.

Décadas más tarde, en 1882, se inauguró en su centro un monumento en honor a Adolfo Alsina, realizado por el escultor francés Aimé Millet. Esta obra le dio un tono monumental a la plaza, que ya se había transformado en un paseo público consolidado.

Pero aún le quedaban momentos intensos por vivir. En 1890, durante la Revolución del Parque, la Plaza Libertad fue uno de los escenarios de los combates entre los civiles revolucionarios y las tropas del gobierno. El espacio verde, con su calma habitual, se convirtió en campo de batalla.

Hoy, la plaza mantiene su carácter tranquilo, rodeada de historia y transitada por oficinistas, turistas y vecinos del barrio. A pocos pasos del Teatro Colón, su suelo guarda las huellas de mujeres olvidadas, escultores europeos y revoluciones perdidas. Caminar por ella es, en definitiva, caminar por las capas de una Buenos Aires que no deja de contarse a sí misma.